domingo, 1 de julio de 2012

Primeros Capítulos: Vajda (Príncipe inmortal)

Emilia, una bella y mimada jovencita que vive en el agitado ambiente de la Francia del siglo XIX, deberá enfrentarse a las fuerzas de una siniestra logia vampírica cuyo líder se ha enamorado de ella.

Emilia se verá obligada a salir de su cómoda mansión en Lyon para sumergirse en las oscuras energías de Turín, la ciudad del Diablo, y liberar el alma de un misterioso personaje a quien cree haber conocido en una vida anterior.

¿Hasta dónde llegará? ¿Por qué extraña razón el destino la escogió a ella? Un amor más profundo que la muerte podría demostrarle que es más valiente de lo que cree.





















INTRODUCCIÓN



El 11 de Agosto de 1904 un rayo blanco partió en dos el firmamento de Turín, impactando la efigie diabólica que se erigía sobre el edificio más alto de la ciudad. Como resultado, el monumento cayo de la cima de la renombrada Mole Antonelliana y desde entonces permanece en la base de la edificación, donde es orgullosamente exhibido como un importante icono de la ciudad. Por motivos desconocidos, los habitantes de Turín se rehúsan a identificarlo como el demonio sediento de sangre que representa y omiten deliberadamente su nombre, refiriéndose a él cómo genio alado.

CAPITULO 1:

LYON, VERANO DE 1890





Era una tarde como cualquiera. Me había reclinado en mi lugar favorito del parque y, sumida en la placidez de la brisa veraniega, contemplaba a mis vecinos desde la sombra que el poderoso olmo me prodigaba. Los eventos se sucedían unos a otros con inequívoca precisión, como si se tratara de una representación teatral perpetua y reiterativa.

La señora de Dupin subía a su coche a las cinco menos cuarto. El cochero esperaba a recibir sus instrucciones, que siempre eran las mismas (a donde mi hermano, Trémeur), y asentía con expresión complaciente mientras ella echaba una rápida ojeada a su bonito reloj de pulsera. Solo unos minutos después, Vivianne Muse aparecía en el balcón de la casa de la esquina y se acomodaba en una pequeña silla, cuidándose de alisar un pequeño chal sobre su regazo antes de abrir el abanico que llevaba en la mano. Cuando Vivianne por fin volver la mirada hacia la calle, el coche de los Dupin ya había emprendido la marcha hacia la calle principal.

Conté los segundos que faltaban para que Simón Baramof fuese arrastrado atreves del parque. Intentaba huir del firme agarrón de su niñera pero esta le daba pronto alcance. Entonces el niño prorrumpía en una des sus características rabietas haciendo que ala robusta niñera se le subieran los colores al rostro.

—¡Ya es hora de cenar! —le explicaba a Simón, quien inevitablemente se lanzaba al piso para entregarse por completo al frenesí que cualquier pasante habría confundido con un ataque de epilepsia.

Manuelita Canteur lo miraba anonadada desde la banca que ella y su hermano menor ocupaban debajo del sauce. Resultaba gracioso verla poner esa cara de preocupación y hacer ademán de levantarse a socorrer a Simón sin jamás atreverse a hacerlo. Carlitos Canteur se tapaba los oídos y fruncía el ceño, dirigiéndole a Simón una mirada de reprobación.

—¿No está muy grande ya para dar ese tipo de espectáculos, Manuela? —le preguntaba a su hermana.

Manuelita asentía sin apartar la mirada de Simón, quien comenzaba a dar signos de tranquilizarse faltando cinco para las seis, cuando el coche que traía a su padre de vuelta se dirigía en la distancia.

—¿Lo ves? —decía Olga, la niñera, a Simón—. ¡Tu padre llega y tú ni siquiera te has lavado!

Simón se levantaba y, secándose los ojos, comenzaba a avanzar con lentitud en dirección a la casa antes de que Olga se apoderara de su muñeca y lo obligase a caminar a su ritmo.

—Nunca quiero ser como Simón Baramof —aseveraba Carlitos Canteur mientras Simón desaparecía tras la verja del antejardín para encontrarse con su padre.

Vivianne Muse se abanicaba con languidez, dejando que sus ojos vagaron por el parque hasta detenerse en la fuentecilla central. Caía en una especie de ensoñación de la que no salía hasta que Chloé Canteur llamaba a sus hijos desde la ventana a las seis en punto, cuando las campanas de la iglesia comenzaban a repicar. Los niños se levantaban si rechistar y pasaban por mi lado, despidiéndose.

—Buenas tardes, Emilia —decía Manuelita con un grácil ademán.

—Hasta mañana, señora Malraux —decía Carlitos mirando al suelo.

—¡Que descansen, niños! Los veré mañana —respondía yo, sonriendo para mis adentros.

Carlitos Canteur estaba enamorado de mí y hacía hasta lo imposible por ocultárselo a su hermana.

—¡Tendrías que haberle estrechado su mano, Carlos! —lo reprendía Manuelita cuando ya se alejaban.

—¡Solo tengo cuatro años, Manuela! —se defendía este, sacudiéndose las ropas.

—Da igual —replicaba ella—. Los buenos modales no dependen de la edad.

—Díselo a Simón Baramof, entonces —alegaba su hermano—. Tiene seis años, al igual que tú, y ya ves los espectáculos que da.

Manuela guardaba un prudente silencio y tomaba a su hermanito de la mano para cruzar la calle, y solo entonces comenzaba yo a incorporarme. Los niños y las mujeres despejábamos el parque a eso de las seis de la tarde para que los hombres pudieran pasearse por él. Era un acurdo tácito que lo cumplíamos a cabalidad.

Tomé mi libro y me estiré perezosamente, ahogando un bostezo. No solía merendar, por lo que a esa hora siempre estaba famélica. Ese día, sin embargo, había hecho una corta visita a mi prima Perline y me había hartado de café con galletas antes de las tres. La tarde estaba fresca y pensé que no seria mala idea pasar por la iglesia: Perline me había hecho el regalo de una bonita estatuilla de la Virgen que juzgue sensato hacer bendecir antes de poner en mi habitación. De tal modo pospondría mi cena hasta eso de las ocho y quizá podría tomarla en la terraza, desde donde sin duda escucharía a Vivianne Muse tocar el piano en la casa de enfrente. Al pasar bajo su balcón la saludé como de costumbre, a lo que ella respondió ondeando la mano con ademán indolente.

—¿Qué tal, Emilia? —dijo, parpadeando con somnolencia.

—Voy a la iglesia. ¿Quieres venir tú también? —pregunté.

—Estoy algo cansada, querida. Tal vez mañana.

Vivianne siempre estaba cansada para cualquier cosa que no fuera tocar el piano. Era apenas natural que aquella chica de constitución melancólica se reanimara con las fuertes y precisas notas musicales que sus elegantes dedos le arrancaban al teclado.

—Mañana será, entonces —dije, sonriéndole y abriendo la puerta de mi casa para dejar allí mi libro y tomar la virgen que me había dado Perline. Sabía que al día siguiente Vivianne tampoco querría molestarse en abandonar su cómoda silla del balcón.

Ese verano mis padres se habían ausentado dejándome en compañía de Lucia, el ama de llaves, y gozaba un poco más de libertad de la que habría tenido si ellos hubiesen estado en casa. Aunque esta era la razón principal de que no quisiera acompañarlos en su viaje, les había dicho que quería estar cerca de Perline, quién regresaría al internado al llegar el otoño. Mi tía Inés estaba convencida de que el refinamiento que Perline adquiría en Sainte-Marie-des-bois era insuperable.

—¡No sabes cuanto detesto el internado, Emilia! —me confesaba mi desdichad prima cada vez que tocábamos el tema.

Perline era tres años menor que yo y me adoraba. Yo había rogado que no la enviaran lejos de casa y seguía insistiéndole a mi tía que le permitiera no regresar al internado, pero el destino de mi prima parecía ser Suiza, al menos hasta que cumpliera los dieciocho años.

Aun así era cierto que no quería separarme de Perline, hacer lo que se me antojara con mi tiempo era sublime: mi padre se preocupaba en exceso por mi bienestar y yo, aunque apreciaba la tierna atención que me prodigaba, no podía evitar sentirme abrumada. Sabía que deseaba protegerme de toda calamidad, pero que me recordara el peligro de rodar gradas abajo cada vez que descendía un escalón había empezado a afectarme los nervios.

Dios parecía haber atendido mis súplicas concediéndome tres mese de tranquilidad que estaba aprovechando en grande: todos lo días iba al parque que estaba frente a la casa y me tumbaba bajo el gran olmo para absorber la vida cotidiana de nuestro vecindario. Ahora las mujeres se habían instalado en los balcones que circundaban el parque y los hombres las habían relevado para tomar su paseo vespertino. El sol aún no se ponía, pero soplaba una brisa refrescante. No me había molestado en volver a calarme el sombrero pues sabía que, cuando estuviese de vuelta sería la hora de crepúsculo y no lo necesitaría. Llevaba puesto un vestido blanco de verano: mamá se encargaba de que mi guardarropa se ajustara a los parámetros más estrictos de la moda, de modo que yo no podía evitar estar siempre irreprochablemente bien vestida así me hubiera propuesto lo contrario (lo que no habría ocurrido jamás, pues había heredado la vanidad de mi madre y me encantaba lucir bien aunque hubiese que quedarme en mi habitación).

He de admitir que, si bien me entusiasmaba el prospecto de intercambiar algunas palabras con Nicolás Issarty sin la supervisión de mi padre, no sabía si podría mirar a algún lugar que no fuera la más alta torre de la iglesia durante mi recorrido por el parque. Conocía a Nicolás desde que era niña pero, a partir del momento en el que él había demostrado interés en mí, yo me había vuelto tímida en su presencia. Esto se veía agravado por la admiración que Nicolás despertaba en todas las chicas del vecindario, lo que me convertía en sujeto de observación cada vez que se dirigía a mí, lo cual, a su vez, me instaba a salir corriendo en dirección contraria. Por fortuna siempre lograba resistir el impulso, pero ello no quiere decir que

no sufriera los pormenores de nuestros breves encuentros a tales extremos que aún no había descubierto si Nicolás me gustaba o no.

Apuré el paso y traté de contestarme en que mis zapatillas nuevas no me causaran algún percance. Sabía que, para entonces, Nicolás ya me habría visto e intentaría abordarme.

—¡Emilia! ¡Espere! —me llamó desde el otro lado de la calle.

—¡Nicolás! —dije, procurando aparentar tranquilidad, cuando él ya me había dado alcance—. ¡No esperaba encontrarlo!

—Qué hermosa esta, Emilia —replicó, mirándome de arriba abajo.

—Gracias —repuse, sonrojándome—. Usted también.

Las señoras que ocupaban el balcón de la casa frente a la que me había detenido no perdían detalle de nuestra plática.

—¿Luzco hermoso? —preguntó, extrañado.

—Bueno, me refería a que luce bien —balbucí, y una risilla llegó hasta mis oídos desde el balcón vecino.

—¿A dónde se dirige? —preguntó.

—Voy a la iglesia —dije, esperando que no sugiriese acompañarme. Ya me sentía abochornada.

—Ah, bueno. ¡No se pierda por ahí! —dijo, y tocándose el sombrero se despidió para regresar al parque.

Aunque me sentía aliviada, me desconcertó que no se hubiera ofrecido a escoltarme. Manuelita Canteur lo habría amonestado, me dije, y traté de alejarme lo antes posible. ¿Le habría parecido extraña mi conducta? Ese pensamiento me mortificaba cada vez que conversaba con él. Nicolás Issarty era alto, de constitución fuerte y ojos color verde oliva… al menos eso creía yo. Estaba segura de que tenía los cabellos oscuros y ensortijados. Casi segura. En realidad, lo único que me importaba era haber actuado como una tonta.

—¡Oye, Emilia: no te pierdas por ahí! —dijo Julieta Baramof desde su balcón para provocarme. Era la guapa hermana mayor de Simón Baramof, el pequeño escandaloso del parque. Tragué en seco e hice como si no la hubiera escuchado.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-**-*-*-*-*-*-*-*-*


Al llegar a la iglesia, la misa había terminado. Me humedecía los dedos en la pila de agua bendita y alcancé al padre Felipe antes de que se escondiera para que bendijese mi estatuilla.

—¡Qué bonita! ¿Así que es un regalo de tu prima? —preguntó el cura.

—Lo es —contesté—. A mí también me gusta muchísimo.

—En ese caso, cuídala mucho. Es una figura protectora —declaró.

—Lo haré, padre Felipe.

—No te he visto practicar en la eucaristía hace mucho tiempo —dijo, sonriendo—. ¿Te has sentido bien últimamente?

Asumí que el padre podía leer dentro de mi alma oscura y que había detectado algún espantoso pecado del que debía deshacerme. Le imploré que me confesara y, a pesar de ser tan tarde, él aceptó con amabilidad. En cuanto me arrodille en el confesionario, comencé a acusarme de toda clase de crímenes espirituales: era mentirosa (había dicho que quería quedarme en la ciudad para estar con mi prima cuando lo cierto es que deseaba estar libre de los cuidados de mis padres), ingrata (apreciaba más estar solaque en compañía de mis seres queridos), vanidosa (me encantaban los vestidos, los peinados, los sombreros y las zapatillas), glotona (desde que mis padres se habían ido, le había dado rienda suelta a la más desaforada indulgencia a todo lo que tenía que ver con chocolates y galletas) y orgullosa (quería que Nicolás Issarty me tuviera en el más lato concepto).

—¡Calma, hija! —me interrumpió el padre Felipe, evitando así que continuara enumerando mis múltiples faltas—. Te pasas, Emilia, te pasas.

—¡Lo sé, padre, y pensar que debe haber mil pecados que ni siquiera sé que he cometido! —dije.

—Si accedía a confesarte a esta hora, fue porque no tenía nada mejor que hacer, pero no esperaba esto.

—Seguro que nunca se ha topado con un ser humano tan frívolo como yo.

—¡No, Emilia! ¡Lo que quiero decir es que exageras tus culpas!

—No, padre, no exagero nada. Aún no le he contado lo peor —dije, suspirando.

—¿Qué es, Emilia? —preguntó el padre, suspirando a su vez.

—Lo peor de todo es que no me arrepiento de ninguna de las mencionadas ofensas.

—¿Qué dices?

—Como lo oye, pare. Aunque este consciente de ellas, no me siento mal. Lo que es más, al tiempo que le narraba las anteriores nimiedades, me ufanaba para mis adentros de tener el valor de confesarlas.

—No te comprendo, hija.

—Mi pecado es saber que reconozco mi superficialidad y enorgullecerme de ello.

—¡Me confundes, Emilia! ¿Dices que te enorgulleces de ser superficial?

—No, padre, me enorgullece ser capaz de aceptarlo. También me alegra que mis faltas sean tan pequeñas, pero sé que considerar pequeña cualquier falta es un pecado. ¿Me explico?

—A duras penas.

—Juzgo mal no tener la disposición de juzgarme mal.

—Me estás volviendo loco, Emilia.

—Mi pecado es creer que, a fin de cuentas, soy una buena persona.

—Ese no es un pecado.

—Se equivoca, padre, lo es. Y mi segundo mayor pecado es sentirme excepcionalmente buena por haber descubierto el primero.

—Tú no necesitas una confesión, Emilia, lo que necesitas es un sedante.

—¡Se equivoca de nuevo, padre! Ahora sí que es preciso que me absuelva. He pecado más durante esta confesión que fuera de ella.

—Hazme un favor, entonces: dales a tus pecados nombres propios.

—Bien, padre, me acuso de mi falta total de humildad.

—¿Orgullo?

—Sí.

—¿Te arrepientes de tu orgullo?

—No.


30 comentarios:

  1. Hola Sabrini:
    Me ha encantado tu blog. Soy una chica española y el libro de Vajda aun no ha sido publicado en mi país, si pudieras me podrías pasar el libro, es que tengo muchas ganas de leerlo y no aguanto más, ademas no se si aquí lo van a publicar. Te lo agradecería mucho.
    Muchas gracias

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    1. Si que podría, pero si porfavor me das tu correo... No se si te llegará este mensaje, porque hace ya un tiempo queme has hablado, pero si ves esto dame tu correo

      1 beso de chocolate!

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    2. Hola :)
      aqui tampoco llega, me lo puedes mandar porfiiiis
      sofifa12@hotmail.com
      te lo agradeceria

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    3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    4. por favor me puedes mandar el libro vajda principe inmortal a mi correo, es este: dario9829@hotmail.com te lo agradezco con el alma por favor...

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    5. hola:)
      me podrias mnadar el libro
      m.xiomaralopez@hotmail.com
      me encanto y desde que eli vampyr me he querido leer vajda y pie de bruja

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    6. hola:)
      me podrias mnadar el libro
      m.xiomaralopez@hotmail.com
      me encanto y desde que eli vampyr me he querido leer vajda y pie de bruja

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  2. Hola sabrini..!
    muy lindo el blog
    quisiera saber si tienes el libro
    me parece muy interesante!!

    Muchas Gracias!

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  3. Excelente, me encantaría leerlo completo, hay posibilidades de que os ayudes hacer eso realidad, hahahaha :D

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  4. me lo podrias enviar a mi porfavor??? enserio lo quiero leer *W* te agradecerias si me lo enviaras a mi correo zenaku_blackhole@hotmail.com

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  5. Hola Sabrini:
    Soy un chico español que está esperando desde hace meses la salida de Vajda pero no sé si lo van a publicar aquí.

    Podrías mandarme el libro a noxaeterna7@gmail.com por favor?
    Muchas gracias y feliz Navidad!!!
    :D

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  6. Hola sabrini ya hace bastante q t escribi pero acabo de ver tu contestacion. M prodrias pasar el libro a mi correo, te lo agradeceria eternamente. aliehs_tp@hotmail.com
    muchas gracias

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  7. Hola esta muy lindo tu vlo pero quisiera sabe si me podrias mandar el libro a brizha_mg@hotmail.com por favor :3

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  8. hola aca aun o a salido el libroo si porfabor me lo podrias mandar al correo, yess69@hotmail.com

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  9. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  10. hola! Felicidades por tu blog, es estupendo. El libro aun no se ha publicado en mi país y me gustaría saber si podrías enviarmelo, si es asi gracias por adelantado.

    Mi correo: miriportales@gmail.com

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  11. A todos los que me pedís el libro: Lo siento, del sitio donde lo cogía ya no esta disponible :(
    1 beso de chocolate!

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  12. Hola ! :D ! Acabo de leer Vampyr ! Y me gustaría que por favor me enviaras el libro completo a mi correo : leidyperdigon@hotmail.com
    Gracias

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  13. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  14. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  15. Hola!~ hace mucho tiempo que he estado buscando este libro, después de haber leído Vampyr he seguido mucho a la autora, estuve impaciente esperando por el lanzamiento de este nuevo libro, pero como dije, no había podido encontrarlo, si sabes de alguna pagina que lo tenga online podrías enviarla a mi correo? te lo agradecería mucho, este es mi correo: Angue.bk@gmail.com
    Gracias.

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  16. hola! llevo mucho buscando este libro, podrias por favor mandarmelo o alguna pagina en la que este online?? mi correo es dalispareja@hotmail.com

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  17. hola porfavor me podrias mandar ese libro lo he buscado por todos lados mi corre es diana-tokita-1392@hotmail.com te lo agradeceria muchiximo

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  18. muy bien! Lo vuelvo a tener a si que... si lo queréis aqui lo tengo!
    1 beso de chocolate!

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  19. hola porfavor puedes enviarme el libro mi correo es alezambraro@gmail.com te lo agradeceria

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  20. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  21. hola, me podrias mandar el libro por favor? mi correo es tempestofsorrow056@gmail.com, gracias

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  22. Hola, mi hija tiene que leer este libro y no lo he encontrado en ninguna parte, te agradeceria mucho si lo pudieses enviar via mail. Un abrazo.Mi mail es ignaciotomas@vtr.net

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  23. Ya he enviado otra ronda.
    Que lo disfruteis!

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  24. Hola! He buscado este libro por cielo, tierra y hasta agua. Podrias enviarmelo si aun lo tienes por fi? Por fi? Por fi? :')
    Mi correo: caro.lina_07@hotmail.com

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Reseña: Desollada de Nahikiri Diosdado

Reseña: Desollada  de Nahikiri Diosdado Autora : Nahikiri Diosdado  |  Editorial:  Cerbero |  Páginas:  233 Comprar  |  Goodreads ...